Ella leía siempre en la misma banca del parque, cada martes a las cinco. Él pasaba por ahí rumbo a casa, siempre con prisa, hasta que un día tropezó justo frente a ella. Se rió, y él se disculpó torpemente, pero ese instante bastó para que el mundo se detuviera un momento.
Volvió al día siguiente, sin prisa, con un libro en la mano. Se sentó a su lado. No hablaron mucho al principio, solo compartieron silencios cómodos y sonrisas tímidas. Semana tras semana, página tras página, descubrieron que el amor no siempre llega con estruendo. A veces, simplemente se sienta a tu lado y se queda.
Nuestro amor a través del lente
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